Acto1
Los “viajes” no son
un camino que se refuerza con otro parecido desde la historia, no es un libro
de huellas ni de descubrimientos de lugares, son más bien el relato de
encuentros fortuitos, gestados por el poderoso azar del trabajo. El azar es un
motor de gasolina y es un viaje como lo describe Auster.
La
Arquitectura ,
por si a alguien le interesa, no es una
taxonomía sino una topología.
La Arquitectura es trascendente pues acoge transversalidades
que hacen posible la adaptación y modificación a un medio, cualquiera que éste
sea.
Ryszard Kapuscinski,
publica “Viajes con Heródoto” en la
Cracovia de 2004. Un trabajo de extraordinaria redondez,
esférico. Un relato pausado de los viajes periodísticos del autor, en compañía
de su libro de cabecera “Historia” de Heródoto, escrito dos mil quinientos años
antes.
A lo largo del libro
y cuando las sendas de los dos viajeros se rozan, Hedódoto se convierte en
reportero y Kapuscinski en historiador; ninguno de los dos abandona su camino
pero el relato hace que vivan en el mismo instante –pasado y futuro- geografías
y territorios que ambos narraron desde el recuerdo –transcrito- del viaje.
“Todo recuerdo es el
presente” escribe Novalis, sentencia que
recrea el periodista polaco.
Kapuscinski no asume
el discurso de Heródoto, tan solo lo admira, lo hace presencia, no lo
interpreta, no quiebra su tenaz naturalidad y lo incluye - literalmente- en ocasiones
para multiplicar el suyo; pero su relato sigue siendo único y autónomo.
Dicho con otra
palabra, libre.
Es esa la historia
que me gustaría narrar, la de las libertades de los creadores que no se basan
en la información sino en la sabiduría que proporciona el conocimiento
destilado y elegido.
El sabio discrimina
de entre los conocimientos posibles, de entre las acciones, aquellos que son
necesarios para acercarse a la verdad y esa elección no es más que una
implicación de estricta crítica poética.
La lección que
proporciona el viaje de Kapuscinski es la de la convivencia mutuamente apoyada
de dos realidades distantes, en algún aspecto ambas se agrandan en compañía de
la otra. No se modifican entre sí. Cada relato respeta la personalidad de su compañero
pero juntos, ambos, son más y son mejor. En definitiva Heródoto adquiere en el
libro una condición contemporánea en compañía de Kapuscinski.
Acto2
Walt Whitman, el
poeta que necesita “América” para obtener una conciencia nacional, publica “Hojas
de hierba” en 1855, intensa recopilación de poemas, construidos a lo largo de
toda su vida. Uno de ellos: “To think of time” se presenta revelador:
...
No es posible
escapar de la ley del pasado,
No es posible
escapar de la ley del presente y del futuro,
No es posible
escapar de la ley de lo viviente: es eterna,
No es posible
escapar de la ley del progreso y de la transformación,
No es posible
escapar de la ley de los héroes y los bienhechores,
No es posible
escapar en modo alguno de la ley de los borrachos, delatores, personas viles.
...
En efecto, no es
posible escapar de la ley del pasado. ¿Pero cual es ese pasado nuestro del que
no posible sustraerse?
La Arquitectura
histórica pertenece a la historia pero no a nuestro pasado. Hemos vivido como
presente un palimpsesto del pasado cercano, del presente del siglo XX, ha sido
nuestra presencia constante, nuestra referencia.
La historia es una
antepasada, en ocasiones hermosa, de la que raramente es posible que nos
sintamos orgullosos.
En cualquier caso vivimos porqué ocurrió.
Somos en la medida
que otros fueron y serán también otros porque ahora somos.
La historia y las Arquitecturas
son admirables no en su literalidad sino en el sentido de explicar nítidamente
su tiempo.
Son porque son
presente de su propio presente.
Pertenecemos al
final de una época o al principio de otra, con seguridad no lo sabemos; tan
solo sabemos que los primeros años del siglo XX ofrecieron unos cambios tan
estrictamente radicales que hacen que un pasado remoto se nos ofrezca mas como
presente que como historia. Nuestro pasado se nos puede hacer presente si lo
logramos entender global y transversalmente. Por eso sólo unos pocos viven ese
presente.
Nuestra era cultural
se presenta desde el triunfo de la abstracción como sistema de pensamiento
global, como herramienta de conocimiento. La abstracción es también una manera
de conseguir nuevas formas de lenguaje no ritual. No fosilizaciones de
lenguajes conocidos, sino vehículos nuevos a través de nuevas plasticidades.
No es posible
escapar de ese pasado remoto, y sí de la historia, no porque nos ofrezca una
mutación de la tradición, sino porque nuestro saber relacional, nuestra cultura
nos remite constantemente a él, es nuestra herramienta en el descubrimiento del
mundo. Somos la misma época, sufrimos pensamientos relacionados, acabamos con
la historia y la clausuramos esforzadamente junto con los hombres y mujeres de
hace cien años. Todavía no vemos cerrada esa época común de modernidad, de
progreso optimista, o cuanto menos nosotros no lo percibimos.
Sujetos a los mismos
sistemas éticos y morales a la misma tradición judeo-cristiana, zozobramos en
el crecimiento dislocado, vagabundeamos en las entrañas de un capitalismo
presente en múltiples versiones, nos abrasan los fenómenos de la información
analfabeta y, en esa misma línea callamos en el control que el estado ejerce
sobre los ciudadanos, también transformado en condiciones plásticas; las
sutiles y políticamente convenientes, las formales, las enraizadas con la negra
tradición, las orgullosas de mostrar el poder; malolientes vómitos de una
subcultura ya seca y raída…
Tampoco parece
posible escapar de esa otra ley del presente y del futuro si en definitiva
queremos tener la más mínima esperanza de que lo que está por llegar es mejor
que lo que tenemos, en cualquier caso la flecha del tiempo apunta
inexorablemente hacia el futuro.
Esa ley del presente
de la que nos habla Whitman nos hace conscientes de que existe el pasado pero
también el futuro. El presente es una constatación, es una consistencia que se
percibe en un espacio-tiempo fugaz de nuestro existir. Nuestra vida es una
acumulación perceptivamente infinita de mínimos presentes y se constituye por
superposición de proyecciones sobre el pasado y sobre el futuro. Nuestra
existencia es un proyecto del que no podemos escapar; del presente hacia el
futuro y de recuerdos del pasado. Pero esa lectura no es lineal ni uniforme y
sobre cada presente nuevo se articula un futuro distinto y se engasta un pasado
revisado.
Así debería ser la Arquitectura. Una constante modificación.
Diferencialmente
proyectamos grandes porciones de futuro desde un mínimo presente y las
trastocamos constantemente; el presente es una pulsión que modifica de manera
automática ese proyecto de presente que es el futuro.
El presente vibra
con el motor del pasado dirigiendo su camino hacia el futuro.
Así, la Arquitectura
como disciplina de transformación de la realidad del presente, no es una
colección de actos individuales y artísticos, sino un estado de conocimientos
colectivos y jerarquizados en bloques de interés.
La Arquitectura es
una nube, una constatación instantánea de un pensamiento informe, sin límites
certeros, de la que es posible entrar y salir, disiparse y reagruparse, en la
que el original y la copia carecen de interés.
La arquitectura es
una migración en la que cuenta una bandada que nadie ha avistado primero.
Lo que nos debiese
preocupar es la identificación de las nubes de interés -aunque quizás todas lo
sean- en base a un sistema de investigación colectivo y no reglado -aunque un
investigador sin reglas sea un experimentador- sin normas, de evolución no
dirigida, sensatamente libre.
Tampoco, amigos, es
posible escapar de esa ley de lo viviente que para el poeta es eterna.
No nos es posible
escapar de la vida cotidiana. Todo lo que tiene sentido en la Arquitectura pasa por
la frescura de la vida; y si la
Arquitectura no mejora la vida no es nada. Habitualmente nada
nos ofrece la arquitectura, nada los arquitectos, nada sus organizaciones, nada.
La buena Arquitectura es definitivamente
excepcional.
Todos somos parte de
un sistema global áspero pero sutil, la ley de la vida es la ley de las
modificaciones a veces lentas e imperceptibles, pero inevitables; y el que
opone a ellas se equivoca estúpidamente.
Nada es más cortante
que el acero de la vida cotidiana. Nada más narcótico que las sales y los
éteres sociales y si respiramos no podemos escapar de ellos. Sólo, en
definitiva, podemos proponer que hagan mejor esa vida material y también esa
otra intelectual que sombrea lo individual y apoya lo colectivo para abrir un
camino que proporciona nuevas pistas para entender la existencia.
Lo individual se hace
hermoso en la
Arquitectura en cuanto revindica el placer optimista por
vivir, no tanto en la literalidad de la protección sino en la sutileza de la
adaptación. La mejor vida es la que se adapta sensible y también
placenteramente a las condiciones del medio, introduciendo mejoras mezcladas en
pomada, sensaciones y protecciones, que nos hacen pertenecer al planeta y no a
aislarnos de él.
El terremoto de
Lisboa y las excavaciones de Pompeya y Herculano, hicieron ya desde el siglo
XVIII que entendiésemos la naturaleza como una enemiga; la Arquitectura se
presentó entonces, como una acción de construcción ordenada cuyo objeto fue la
protección frente a un medio hostil. Hemos considerado la naturaleza como una
propiedad conquistada por la técnica, pero en estos momentos nuestra
supervivencia como especie pasa por una
alianza con lo viviente, por
devolverle a la vida lo que le hemos arrebatado.
Así la Arquitectura
debe colaborar con la transformación positiva de la vida, también de la vida
social. La Arquitectura es lo viviente porque es colectiva y al serlo adquiere
una posición propositiva respecto a los cambios sociales, es un argumento
imprescindible de la vida en común.
En ese mismo sentido
no es posible escapar de la ley de la transformación, del progreso intelectual.
El que huye y
reniega de la transformación se aleja de sí mismo.
No solo nos bañamos
cada vez en una mar distinta, también al hacerlo acabamos por ser distintos. Y
en consecuencia constatamos la evolución como un hecho sustancial en la vida.
Progresar es transformar transformándose. “Construir, construirse a sí mismo,
¿serán dos hechos, o no?...Y al cabo de construir, acabé construyéndome a mi
mismo” escribe Valery en el “Eupalinos”. No nos queda otra alternativa que la
de sentir esperanza en las transformaciones.
Lo mejor de nosotros
mismos siempre está por llegar.
La Arquitectura
optimista no puede renunciar al inevitable paso del tiempo, “el tiempo que
también pinta” del que hablaba Goya, y a la alegría de superar las antiguas
certidumbres basadas en un rígido sistema auto-referencial.
No hay nada más
hermoso que verse superado, acabar desbordado en el naufragio – incluso en el
de Ortega- para volver a iniciar un proceso vital de mutación.
El progreso real no
anticipa el futuro, sino que acaba clausurando la historia, explicándola y
reviviendo su forma inerte en nueva materia de trabajo, nuevas formas de vida
con moléculas evolucionadas, incluso con las mismas leyes que por necesidad
irán cambiando.
La mutación-
vibración es una característica común de las mejores sociedades y de las
mejores Arquitecturas. Aquello que no muta, que no vibra, está muerto, inmóvil
y la inmovilidad – ya lo recuerda
Dante- es el peor de los infiernos.
Acto3
La historia de la
cultura no es más que una sucesión encadenada de contemporaneidades, de
actitudes que ofrecen una visión estricta de la vida en un tiempo concreto. La
Arquitectura, dispuesta a resolver los problemas de la mecánica inmediata, no
puede olvidar que pertenece a un tiempo específico y que su lejanía de ese
tiempo solo le puede proporcionar frustración.
Todos conocemos la facilidad de los sabores
dulces, la inmediatez de lo conocido y las respuestas mórbidas que por
repetidas se convierten en adecuadas para el espectador no demasiado exigente.
Contra ese vicio de consumo instantáneo
podemos ofrecer -astuta y desinteresadamente- un sortilegio: la deliberada modernidad; una posición
arriesgada frente al vecindario pero honesta en el campo de batalla de la
cultura.
La modernidad es un
desplazamiento continuo, un vector que apunta al futuro describiendo el
presente de la manera más precisa posible. A través de la cultura identificamos
con nitidez las sociedades que la genera, convirtiéndose de esta forma en un
sismógrafo, un detector de inercias sociales.
Los restos
edificatorios, edificios desmembrados y vapuleados por el paso del tiempo,
fueron alguna vez en su momento preciso Arquitectura. Una manera de
enfrentarnos a la intervención sobre las ruinas, es la toma de conciencia de
releer la Arquitectura y no tanto de consolidar el derrubio y en ese sentido
proporcionar nuevas construcciones que se apoyen sobre el palimpsesto del
pasado. La ruina consolidada se nos presenta como una propuesta pasiva -y
posible- que descubre una cierta cobardía. Un esquema de comportamiento que se
abalanza apresuradamente, tan sólo con las técnicas, para resolver en su
totalidad problemas que deberían concernir al “peligroso” mundo de las
estrategias del que los Arquitectos hemos sido desplazados violentamente por
los economistas y los políticos.
Las estrategias se
descubren desde las condiciones únicas y distintas que generan problemas
específicos, como lo son todos. Esa inevitable condición de singularidad
implica un rechazo de las soluciones conocidas y en cierto sentido de las sistemáticas y los procesos cerrados,
de los códigos y los protocolos que si bien son propios de disciplinas tácticas
deben ser rechazados desde una visión de la Arquitectura como arma intelectual
–un arma cargada de futuro, como la poesía de Celaya-, como instrumento de pensamiento y acción fundidos
desde el proyecto.
Toda acción es una
toma de posición y en ella descubrimos la solidez ética e intelectual de los
grupos sociales y profesionales que la amparan o rechazan.
Nunca la desorientación ha sido tan valorada
en un mundo en el que la facilidad y el pensamiento higiénico lo bruñen todo,
abrillantando una pátina de pereza. Sobre ese desinterés queremos auparnos para
construir un trabajoso enjambre de
complejidades.
Acto4
La muralla de Santa
Eulalia no es tan solo una ruina histórica también es una Arquitectura que
espera, con vocación, ser soporte de otras Arquitecturas que la permitan
mostrarse como la que fue.
El edificio que se construye se muestra
incapaz de ser, si no es en compañía de la muralla, no escapando del pasado. Nace
como una multiplicación de sus cualidades, su forma corresponde al plano base
de las pre-existencias y su altura se remite a la altura que tuvieron los muros
que lo hacen posible.
De esta manera el
edificio actúa en clave de compromiso con la historia, no trata de ser una
cubrición sino de convertirse en un modelo de intervención sobre el derrubio.
Pero el trabajo no
termina con la arqueología sino que avanza en el compromiso con la ciudad
histórica, reconstruyendo la morfología barroca de Murcia, haciéndola participe
de la propuesta. En este sentido el edificio avanza sobre la plaza de Santa
Eulalia, cerrándola y ofreciéndonos la dimensión que en otro tiempo tuvo y que
se ha visto atacada por la suma apresurada de otros espacios libres.
También lo pequeño
es hermoso.
El edificio se
compromete con el presente, trabajando con un lenguaje deliberadamente
abstracto, construyendo mas un cierre de madera que un volumen edificado, no
ofreciendo claramente ventanas y puertas. El edificio construye una piel que se
matiza en sus diferentes encuentros, que se ejecuta con un elemento único,
seriado, que es a la vez estructura, límite y parasol.
Se acerca a la Iglesia de Santa Eulalia y
a la vecina Ermita de San José con un material blando y cromáticamente
coherente, provocando luces y sombras y entalladuras y dobles escalas, leyendo
con naturalidad, en clave estrictamente contemporánea, los rastros que la
ciudad proporciona. La
Arquitectura es una esponja que se agranda con los datos y
los problemas resueltos.
El edificio pretende
ser una pieza desmontable y reversible, se construye con una estructura ligera
que se apoya con delicadeza en los viejos muros árabes, dándoles dimensión. Se
cubre con unas piezas de madera de cedro americano de explotación controlada y
se protege con aceites naturales para provocarle un buen envejecimiento que acabará
modificando su color en una escala de grises con irisaciones doradas.
Se transformará con
la naturalidad que le es propia a los buenos materiales, a los materiales
naturales.
Esa misma madera
protege al edificio del poderoso sol mediterráneo, minimizando la climatización
artificial y apoyando los sistemas tradicionales de sombra y ventilación
cruzada como base del confort interior.
Pero también el
edificio es un camino que recorre las distintas épocas de la muralla, que proporciona
recorridos complejos y perspectivas diversas para comprender la historia, la
intervención es en definitiva una propuesta
activa.
Adaptado al medio,
el edificio no puede escapar de los bienhechores que lo hicieron posible: los
carpinteros y los vidrieros, los cerrajeros y albañiles… sin su cuidado la
Arquitectura se hace mentirosa y burda, son las manos de los Arquitectos.
De ellos, tampoco es posible escapar en modo
alguno…
Andrés Cánovas
Kapuscinski, Rysard
Viajes con Heródoto
Primera edición en
“Compactos”
Editorial Anagrama
S.A.
Barcelona, 2008
Whitman, Walt
Hojas de hierba
Colección Visor de
poesía Maior/ 11
Editorial Visor
libros.
Madrid, 2006