18 mayo 2012

La Muralla de Santa Eulalia: dos libros y cuatro actos

Acto1

Ryszard Kapuscinski, publica “Viajes con Heródoto” en la Cracovia de 2004. Un trabajo de extraordinaria redondez, esférico. Un relato pausado de los viajes periodísticos del autor, en compañía de su libro de cabecera “Historia” de Heródoto, escrito dos mil quinientos años antes.

Los “viajes” no son un camino que se refuerza con otro parecido desde la historia, no es un libro de huellas ni de descubrimientos de lugares, son más bien el relato de encuentros fortuitos, gestados por el poderoso azar del trabajo. El azar es un motor de gasolina y es un viaje como lo describe Auster.

A lo largo del libro y cuando las sendas de los dos viajeros se rozan, Hedódoto se convierte en reportero y Kapuscinski en historiador; ninguno de los dos abandona su camino pero el relato hace que vivan en el mismo instante –pasado y futuro- geografías y territorios que ambos narraron desde el recuerdo –transcrito- del viaje.

“Todo recuerdo es el presente”  escribe Novalis, sentencia que recrea el periodista polaco.

Kapuscinski no asume el discurso de Heródoto, tan solo lo admira, lo hace presencia, no lo interpreta, no quiebra su tenaz naturalidad y lo incluye - literalmente- en ocasiones para multiplicar el suyo; pero su relato sigue siendo único y autónomo.

Dicho con otra palabra, libre.

Es esa la historia que me gustaría narrar, la de las libertades de los creadores que no se basan en la información sino en la sabiduría que proporciona el conocimiento destilado y elegido.

El sabio discrimina de entre los conocimientos posibles, de entre las acciones, aquellos que son necesarios para acercarse a la verdad y esa elección no es más que una implicación de estricta crítica poética.

La lección que proporciona el viaje de Kapuscinski es la de la convivencia mutuamente apoyada de dos realidades distantes, en algún aspecto ambas se agrandan en compañía de la otra. No se modifican entre sí. Cada relato respeta la personalidad de su compañero pero juntos, ambos, son más y son mejor. En definitiva Heródoto adquiere en el libro una condición contemporánea en compañía de Kapuscinski.



Acto2

Walt Whitman, el poeta que necesita “América” para obtener una conciencia nacional, publica “Hojas de hierba” en 1855, intensa recopilación de poemas, construidos a lo largo de toda su vida. Uno de ellos: “To think of time” se presenta revelador:

...
No es posible escapar de la ley del pasado,
No es posible escapar de la ley del presente y del futuro,
No es posible escapar de la ley de lo viviente: es eterna,
No es posible escapar de la ley del progreso y de la transformación,
No es posible escapar de la ley de los héroes y los bienhechores,
No es posible escapar en modo alguno de la ley de los borrachos, delatores, personas viles.
...


En efecto, no es posible escapar de la ley del pasado. ¿Pero cual es ese pasado nuestro del que no posible sustraerse?

La Arquitectura histórica pertenece a la historia pero no a nuestro pasado. Hemos vivido como presente un palimpsesto del pasado cercano, del presente del siglo XX, ha sido nuestra presencia constante, nuestra referencia.

La historia es una antepasada, en ocasiones hermosa, de la que raramente es posible que nos sintamos orgullosos.
En cualquier caso vivimos porqué ocurrió.

Somos en la medida que otros fueron y serán también otros porque ahora somos.

La historia y las Arquitecturas son admirables no en su literalidad sino en el sentido de explicar nítidamente su tiempo.

Son porque son presente de su propio presente.

Pertenecemos al final de una época o al principio de otra, con seguridad no lo sabemos; tan solo sabemos que los primeros años del siglo XX ofrecieron unos cambios tan estrictamente radicales que hacen que un pasado remoto se nos ofrezca mas como presente que como historia. Nuestro pasado se nos puede hacer presente si lo logramos entender global y transversalmente. Por eso sólo unos pocos viven ese presente.

Nuestra era cultural se presenta desde el triunfo de la abstracción como sistema de pensamiento global, como herramienta de conocimiento. La abstracción es también una manera de conseguir nuevas formas de lenguaje no ritual. No fosilizaciones de lenguajes conocidos, sino vehículos nuevos a través de nuevas plasticidades.

No es posible escapar de ese pasado remoto, y sí de la historia, no porque nos ofrezca una mutación de la tradición, sino porque nuestro saber relacional, nuestra cultura nos remite constantemente a él, es nuestra herramienta en el descubrimiento del mundo. Somos la misma época, sufrimos pensamientos relacionados, acabamos con la historia y la clausuramos esforzadamente junto con los hombres y mujeres de hace cien años. Todavía no vemos cerrada esa época común de modernidad, de progreso optimista, o cuanto menos nosotros no lo percibimos.

Sujetos a los mismos sistemas éticos y morales a la misma tradición judeo-cristiana, zozobramos en el crecimiento dislocado, vagabundeamos en las entrañas de un capitalismo presente en múltiples versiones, nos abrasan los fenómenos de la información analfabeta y, en esa misma línea callamos en el control que el estado ejerce sobre los ciudadanos, también transformado en condiciones plásticas; las sutiles y políticamente convenientes, las formales, las enraizadas con la negra tradición, las orgullosas de mostrar el poder; malolientes vómitos de una subcultura ya seca y raída…

Tampoco parece posible escapar de esa otra ley del presente y del futuro si en definitiva queremos tener la más mínima esperanza de que lo que está por llegar es mejor que lo que tenemos, en cualquier caso la flecha del tiempo apunta inexorablemente hacia el futuro.

Esa ley del presente de la que nos habla Whitman nos hace conscientes de que existe el pasado pero también el futuro. El presente es una constatación, es una consistencia que se percibe en un espacio-tiempo fugaz de nuestro existir. Nuestra vida es una acumulación perceptivamente infinita de mínimos presentes y se constituye por superposición de proyecciones sobre el pasado y sobre el futuro. Nuestra existencia es un proyecto del que no podemos escapar; del presente hacia el futuro y de recuerdos del pasado. Pero esa lectura no es lineal ni uniforme y sobre cada presente nuevo se articula un futuro distinto y se engasta un pasado revisado.

Así debería ser la Arquitectura. Una constante modificación.

Diferencialmente proyectamos grandes porciones de futuro desde un mínimo presente y las trastocamos constantemente; el presente es una pulsión que modifica de manera automática ese proyecto de presente que es el futuro.

El presente vibra con el motor del pasado dirigiendo su camino hacia el futuro.

Así, la Arquitectura como disciplina de transformación de la realidad del presente, no es una colección de actos individuales y artísticos, sino un estado de conocimientos colectivos y jerarquizados en bloques de interés.

La Arquitectura, por si a alguien le interesa, no es una taxonomía sino una topología.

La Arquitectura es una nube, una constatación instantánea de un pensamiento informe, sin límites certeros, de la que es posible entrar y salir, disiparse y reagruparse, en la que el original y la copia carecen de interés.
La arquitectura es una migración en la que cuenta una bandada que nadie ha avistado primero.
Lo que nos debiese preocupar es la identificación de las nubes de interés -aunque quizás todas lo sean- en base a un sistema de investigación colectivo y no reglado -aunque un investigador sin reglas sea un experimentador- sin normas, de evolución no dirigida, sensatamente libre.

Tampoco, amigos, es posible escapar de esa ley de lo viviente que para el poeta es eterna.

No nos es posible escapar de la vida cotidiana. Todo lo que tiene sentido en la Arquitectura pasa por la frescura de la vida; y si la Arquitectura no mejora la vida no es nada. Habitualmente nada nos ofrece la arquitectura, nada los arquitectos, nada sus organizaciones, nada.

La buena Arquitectura es definitivamente excepcional.

Todos somos parte de un sistema global áspero pero sutil, la ley de la vida es la ley de las modificaciones a veces lentas e imperceptibles, pero inevitables; y el que opone a ellas se equivoca estúpidamente.

Nada es más cortante que el acero de la vida cotidiana. Nada más narcótico que las sales y los éteres sociales y si respiramos no podemos escapar de ellos. Sólo, en definitiva, podemos proponer que hagan mejor esa vida material y también esa otra intelectual que sombrea lo individual y apoya lo colectivo para abrir un camino que proporciona nuevas pistas para entender la existencia.

Lo individual se hace hermoso en la Arquitectura en cuanto revindica el placer optimista por vivir, no tanto en la literalidad de la protección sino en la sutileza de la adaptación. La mejor vida es la que se adapta sensible y también placenteramente a las condiciones del medio, introduciendo mejoras mezcladas en pomada, sensaciones y protecciones, que nos hacen pertenecer al planeta y no a aislarnos de él.

El terremoto de Lisboa y las excavaciones de Pompeya y Herculano, hicieron ya desde el siglo XVIII que entendiésemos la naturaleza como una enemiga; la Arquitectura se presentó entonces, como una acción de construcción ordenada cuyo objeto fue la protección frente a un medio hostil. Hemos considerado la naturaleza como una propiedad conquistada por la técnica, pero en estos momentos nuestra supervivencia como especie pasa por una alianza con lo viviente, por devolverle a la vida lo que le hemos arrebatado.

Así la Arquitectura debe colaborar con la transformación positiva de la vida, también de la vida social. La Arquitectura es lo viviente porque es colectiva y al serlo adquiere una posición propositiva respecto a los cambios sociales, es un argumento imprescindible de la vida en común.

La Arquitectura es trascendente pues acoge transversalidades que hacen posible la adaptación y modificación a un medio, cualquiera que éste sea.

En ese mismo sentido no es posible escapar de la ley de la transformación, del progreso intelectual.

El que huye y reniega de la transformación se aleja de sí mismo.

No solo nos bañamos cada vez en una mar distinta, también al hacerlo acabamos por ser distintos. Y en consecuencia constatamos la evolución como un hecho sustancial en la vida. Progresar es transformar transformándose. “Construir, construirse a sí mismo, ¿serán dos hechos, o no?...Y al cabo de construir, acabé construyéndome a mi mismo” escribe Valery en el “Eupalinos”. No nos queda otra alternativa que la de sentir esperanza en las transformaciones.

Lo mejor de nosotros mismos siempre está por llegar.

La Arquitectura optimista no puede renunciar al inevitable paso del tiempo, “el tiempo que también pinta” del que hablaba Goya, y a la alegría de superar las antiguas certidumbres basadas en un rígido sistema auto-referencial.
No hay nada más hermoso que verse superado, acabar desbordado en el naufragio – incluso en el de Ortega- para volver a iniciar un proceso vital de mutación.

El progreso real no anticipa el futuro, sino que acaba clausurando la historia, explicándola y reviviendo su forma inerte en nueva materia de trabajo, nuevas formas de vida con moléculas evolucionadas, incluso con las mismas leyes que por necesidad irán cambiando.

La mutación- vibración es una característica común de las mejores sociedades y de las mejores Arquitecturas. Aquello que no muta, que no vibra, está muerto, inmóvil y la inmovilidad – ya lo recuerda Dante- es el peor de los infiernos.



Acto3

La historia de la cultura no es más que una sucesión encadenada de contemporaneidades, de actitudes que ofrecen una visión estricta de la vida en un tiempo concreto. La Arquitectura, dispuesta a resolver los problemas de la mecánica inmediata, no puede olvidar que pertenece a un tiempo específico y que su lejanía de ese tiempo solo le puede proporcionar frustración.

 Todos conocemos la facilidad de los sabores dulces, la inmediatez de lo conocido y las respuestas mórbidas que por repetidas se convierten en adecuadas para el espectador no demasiado exigente. Contra ese vicio de consumo instantáneo  podemos ofrecer -astuta y desinteresadamente- un sortilegio: la deliberada modernidad; una posición arriesgada frente al vecindario pero honesta en el campo de batalla de la cultura.

La modernidad es un desplazamiento continuo, un vector que apunta al futuro describiendo el presente de la manera más precisa posible. A través de la cultura identificamos con nitidez las sociedades que la genera, convirtiéndose de esta forma en un sismógrafo, un detector de inercias sociales.

Los restos edificatorios, edificios desmembrados y vapuleados por el paso del tiempo, fueron alguna vez en su momento preciso Arquitectura. Una manera de enfrentarnos a la intervención sobre las ruinas, es la toma de conciencia de releer la Arquitectura y no tanto de consolidar el derrubio y en ese sentido proporcionar nuevas construcciones que se apoyen sobre el palimpsesto del pasado. La ruina consolidada se nos presenta como una propuesta pasiva -y posible- que descubre una cierta cobardía. Un esquema de comportamiento que se abalanza apresuradamente, tan sólo con las técnicas, para resolver en su totalidad problemas que deberían concernir al “peligroso” mundo de las estrategias del que los Arquitectos hemos sido desplazados violentamente por los economistas y los políticos.

Las estrategias se descubren desde las condiciones únicas y distintas que generan problemas específicos, como lo son todos. Esa inevitable condición de singularidad implica un rechazo de las soluciones conocidas y en cierto sentido  de las sistemáticas y los procesos cerrados, de los códigos y los protocolos que si bien son propios de disciplinas tácticas deben ser rechazados desde una visión de la Arquitectura como arma intelectual –un arma cargada de futuro, como la poesía de Celaya-, como  instrumento de pensamiento y acción fundidos desde el proyecto.

Toda acción es una toma de posición y en ella descubrimos la solidez ética e intelectual de los grupos sociales y profesionales que la amparan o rechazan.

 Nunca la desorientación ha sido tan valorada en un mundo en el que la facilidad y el pensamiento higiénico lo bruñen todo, abrillantando una pátina de pereza. Sobre ese desinterés queremos auparnos para construir un trabajoso enjambre de complejidades.



Acto4

La muralla de Santa Eulalia no es tan solo una ruina histórica también es una Arquitectura que espera, con vocación, ser soporte de otras Arquitecturas que la permitan mostrarse como la que fue.

 El edificio que se construye se muestra incapaz de ser, si no es en compañía de la muralla, no escapando del pasado. Nace como una multiplicación de sus cualidades, su forma corresponde al plano base de las pre-existencias y su altura se remite a la altura que tuvieron los muros que lo hacen posible.
De esta manera el edificio actúa en clave de compromiso con la historia, no trata de ser una cubrición sino de convertirse en un modelo de intervención sobre el derrubio.

Pero el trabajo no termina con la arqueología sino que avanza en el compromiso con la ciudad histórica, reconstruyendo la morfología barroca de Murcia, haciéndola participe de la propuesta. En este sentido el edificio avanza sobre la plaza de Santa Eulalia, cerrándola y ofreciéndonos la dimensión que en otro tiempo tuvo y que se ha visto atacada por la suma apresurada de otros espacios libres.

También lo pequeño es hermoso.

El edificio se compromete con el presente, trabajando con un lenguaje deliberadamente abstracto, construyendo mas un cierre de madera que un volumen edificado, no ofreciendo claramente ventanas y puertas. El edificio construye una piel que se matiza en sus diferentes encuentros, que se ejecuta con un elemento único, seriado, que es a la vez estructura, límite y parasol.

Se acerca a la Iglesia de Santa Eulalia y a la vecina Ermita de San José con un material blando y cromáticamente coherente, provocando luces y sombras y entalladuras y dobles escalas, leyendo con naturalidad, en clave estrictamente contemporánea, los rastros que la ciudad proporciona. La Arquitectura es una esponja que se agranda con los datos y los problemas resueltos.

El edificio pretende ser una pieza desmontable y reversible, se construye con una estructura ligera que se apoya con delicadeza en los viejos muros árabes, dándoles dimensión. Se cubre con unas piezas de madera de cedro americano de explotación controlada y se protege con aceites naturales para provocarle un buen envejecimiento que acabará modificando su color en una escala de grises con irisaciones doradas.

Se transformará con la naturalidad que le es propia a los buenos materiales, a los materiales naturales.
Esa misma madera protege al edificio del poderoso sol mediterráneo, minimizando la climatización artificial y apoyando los sistemas tradicionales de sombra y ventilación cruzada como base del confort interior.

Pero también el edificio es un camino que recorre las distintas épocas de la muralla, que proporciona recorridos complejos y perspectivas diversas para comprender la historia, la intervención es en definitiva una propuesta activa.

Adaptado al medio, el edificio no puede escapar de los bienhechores que lo hicieron posible: los carpinteros y los vidrieros, los cerrajeros y albañiles… sin su cuidado la Arquitectura se hace mentirosa y burda, son las manos de los Arquitectos.

De ellos, tampoco es posible escapar en modo alguno…


Andrés Cánovas







Kapuscinski, Rysard

Viajes con Heródoto

Primera edición en “Compactos”
Editorial Anagrama S.A.
Barcelona, 2008


Whitman, Walt

Hojas de hierba

Colección Visor de poesía Maior/ 11
Editorial Visor libros.
Madrid, 2006