(Texto para el Catálogo del Foro Romano de Cartagena. 2009)
Giuseppe Tomasi di Lampedusa en sus lecciones
sobre la obra de Shakespeare acude al soneto 144 para explicar su pasión por el
indefinible y singular texto de “Medida por Medida”.
También, de alguna manera, versiones de este
soneto han sido cantadas, con desigual
suerte, por artistas que van desde Joséphine Baker hasta “El Cigala”.
Y yo me acerco a
esta ilustre compañía convocado por el cerro del “Molinete” y también
melancólicamente adormecido entre los versos del 144.
Este lugar, mitad
historia y mitad futuro contiene esa doble lectura, a veces tensa de
contradicción, de las primeras estrofas del poema.
“Dos amores me
habitan, uno es paz y otro es llanto,
como sombras que
acuden a tentarme sin tregua; “
(…..)
Y ese debate
eléctrico se retuerce entre el abstentismo proyectual o implicación pasiva y la
restitución, entre el recuerdo que se adoba en la ruina y la necesidad de
re-construir, suturando una porción de ciudad carcomida por la miseria.
Esos amores son en buena parte aquí también
las “Dark Ladies”, tantas bajo cuyas sombras, mas cálidas que hirientes, se
alivia sosegadamente el recuerdo del “Molinete”. El proyecto se enmaraña
entonces entre el recuerdo romántico y la lucidez de la racionalidad moderna.
(…..)
“He perdido, y
supongo que si se han hecho amigos
ya hay un ángel que
vive en el tártaro de otro. “
(…..)
Así es este lugar
construido desde las trampas de la virtud, amenazado por quiebras y derrubios y
vuelto a construir, lentamente, con los materiales de un recuerdo
deliberadamente dulce y femenino.
Y así debe seguir
siendo, voluptuoso y tan ambiguo como los Arcángeles Barrocos, vigoroso pero de
nuevo ambiguo.
El azar del destino
que tantas veces nos eclipsa ha sido afortunado y amable con el cerro,
haciéndole lecho de la historia urbana y social de la ciudad. Un transcurrir
que puede ser contado desde las grandezas momificadas en los libros de
historia, desde los Augustos y chispeantes nombres, pero también desde los retratos
corales de las meretrices que dibujan otra ciudad, mas literaria y mas
extremadamente lírica.
“Eran mujeres
hermosas, divertidas, cariñosas…..” como cantaba Leo Ferré; morenas todas,
Gipsy Queens varias, sombreadas de arrugas las más. Todo tan triste como un
collar de historias sórdidas. Pero: ¡Que no pare el tiempo del Tango!
Siento por este
lugar una extraña debilidad, me adhiero a él y me arrugo en su silueta
promiscua. Y más que en cualquier otro sitio la arquitectura se me presenta
claramente ligada al territorio, a ciertos hilos de textura incierta que minuto
a minuto lo han modelado.
Este espacio es un
mapa donde se localizan arquitecturas y hechos presentes y también ecos que es
preciso escuchar con atención; nuestra misión es hacerlos audibles,
solidificarlos en formas a veces irreconocibles pero siempre sugerentes.
La Arquitectura es
definitivamente un amasijo de cuerdas que a veces nos ligan débil y tiernamente
con otros lugares y otras expresiones. Esa cánula de vida pone en contacto realidades
dependientes y hace presente el pasado. Pues el pasado para existir necesita de
un presente que sepa reanimarlo; el pasado existe porque existe también el
futuro y es ese hilo entre dorado y pardo que se llama genéricamente cultura,
lo que les hace rozarse y vibrar juntos.
La Arquitectura es
entonces hermosa en cuanto a propuesta cultural y vocación social, no tan sólo
como objeto al que nos tiene acostumbrados la crítica más analfabeta, sino como
transporte y recipiente de concurrencia entre recuerdos y proyecciones.
El cerro está
todavía vivo, pues sobre él no proyectamos solamente el aroma triste del
recuerdo sino que aprovechando la inercia imparable de esa melancolía,
engastamos nuevas arquitecturas que lo hacen re- construirse como otros lo
harán en otros y venideros tiempos.
Sería de una
imbecilidad opulenta pensar que forjamos un último eslabón de una cadena
definitivamente cerrada.
Esa vanidad
culturalmente obesa es insostenible.
La inmovilidad es
una muerte más mecánica que poética.
Nuestro espíritu de
trabajo debiera ser: hacer para que otros pudieran re-hacer y que ese servicio
anunciase cambios, nuevas capacidades y realidades. Continuos vaivenes en el
tobogán optimista del tiempo.
No pretendemos dar
solución tan solo a las necesidades puramente mecánicas de una cubierta de
grandes luces, aunque ésta deba solucionar en primer término los problemas de
protección frente al sol cortante y a la lluvia.
Aspiramos a moldear
las últimas estribaciones de un cerro que acabará por desaparecer cuando la
arqueología lo devore. Lo inservible de ese festín, lo aparentemente accesorio
es el objeto fundamental de nuestra reflexión; fabricar un cerro artificial y
construir una sombra, un intangible.
Sobre las ruinas
flota una antigua gruta, un monte sobre la ciudad antigua, un peso ligero, una
roca metálica. Una luciérnaga.
No sé si es hombre o
mujer, Ángel o Virgen, pero como ellos este lugar es definitivamente hermoso
por su clara y tan transparente ambigüedad.
P.D.
Hoy, mientras
trabajo este texto, Khaled canta en la ladera de poniente del Castillo de la
Concepción. La emoción que siento al vernos juntos y mestizos sólo es
comparable con el placer de comprobar la convivencia amable entre arquitecturas
separadas por el tiempo y unidas por los lugares.
Verano de 2009
Atxu Amann, Andrés Cánovas, Nicolás Maruri