(Texto para
la revista AV -Vivienda Normal 2007. Atxu Amann-Andrés Cánovas)
lugares sin nombre
lugares sin nombre
Dignidad,
habitabilidad y sostenibilidad, sociabilidad y hedonismo.
Desde una
perspectiva social y dentro de un consenso generalizado el derecho a disfrutar
de una vivienda es indudable, lo que no quiere decir que en términos reales y
legales sea efectivo.
”Todos los españoles tienen derecho a disfrutar
de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las
condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer
efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el
interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las
plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos”.
Artículo 47
de la constitución española
La distinción
entre el concepto de Derecho Fundamental y el de Principio Rector de la vida
social y económica, hace que las Administraciones Públicas solo se esfuercen
con intensidad en la gestión de políticas activas en el campo de la vivienda en
circunstancias especialmente dramáticas. Entonces, lo necesario se desplaza
hacia lo conveniente y la política se encabalga sobre las necesidades colectivas
como una sombra.
Si bien en
nuestro papel de ciudadanos nos es posible inferir con herramientas de
participación directa o en su caso delegada en las políticas de vivienda, como
profesionales nuestro esfuerzo enfila otra senda. Tan sólo tres palabras del
artículo 47 se nos presentan como cercanas y propias desde nuestra disciplina:
vivienda, digna, adecuada.
Si la dignidad tiene que ver, al menos
lingüísticamente, con el merecimiento y la adecuación es evidentemente
circunstancial, hay que pensar que el legislador hila fino.
Han pasado
treinta años desde la redacción del texto Constitucional y los términos permanecen
todavía vigentes. Vivimos en el espacio de ayer una vida de ciencia ficción.
La
referencia central para la vivienda actual no es ya la familia- sean cuales
sean sus características - sino el individuo; y consecuentemente, en el
proyecto de vivienda se introducen la diversidad frente a la homogeneidad, la
flexibilidad, el sentido de la ocupación, la personalización y la posibilidad
de identificación frente a sistemas de
abstracción impuestos a una cotidianidad que supera a la arquitectura.
En efecto,
nuestra cultura se abre desde el comienzo de la abstracción como un sistema de
pensamiento global. No es posible escapar de ese pasado; no porque suponga una
nueva tradición moderna, sino porque nuestro conocimiento se remite constantemente a él.
Sabemos que
el principio del siglo XX ha ofrecido unos cambios tan radicales que hacen que
un pasado lejano se nos presente como inmediato; el tiempo carece de espesor.
Pertenecemos
a una misma época que no consigue cerrarse del todo porque no la percibimos nítidamente
clausurada. Sujetos a sistemas éticos y a una tradición judeo-cristiana común,
los arquitectos reelaboramos constantemente esquemas gastados desde una laxitud
intelectual prodigiosa. Hemos huido del proyecto de vivienda contemporáneo y
nuestro refugio se ha construido en la decoración redundante globalizada.
Cobardía y enriquecimiento van en este caso unidos. Si no es posible rozar la
excelencia, cuanto menos deberíamos blindarnos a la falta de oficio.
Paradójicamente,
desde ese púlpito es posible elogiar, prudentemente, la normativa como
mecanismo de defensa colectivo. Si bien los distintos códigos y procedimientos
regulados no propician respuestas adecuadas e inteligentes, al menos
proporcionan un cierto grado de instrucción. A pesar de la obsolescencia
normativa, algunos consiguen construir propuestas más que razonables bajo su
amparo, abortando, en términos generales, un buen saco de estupideces e
infamias. El agua está sucia, la bayeta también; sin embargo, a fin de cuentas,
conseguimos fregar los platos. nos recuerda Bohr.
La habitabilidad básica como problema concerniente
a la normativa y condición indispensable en la construcción de
la vivienda, puede y debe ser interpretada pero no conculcada. Desde el II CIAM
(1929), se presenta reiteradamente como el valor fundamental en el mundo de lo
doméstico: luz, aire y espacio abierto… clamaba Giedion. Con ligeras
interpretaciones ligadas fundamentalmente a los pequeños avances que la
tecnología constructiva permite – casi nunca a los cambios sociales – la evolución en el estudio del tipo, es
entendido como un conjunto de variaciones
de modelos generados en los años veinte y treinta. Tenemos demasiadas viviendas
tipo para pocas familias tipo.
Sólo lo
catastrófico altera la rutina doméstica y recaba la atención de los gobiernos, introduciendo
una conciencia de vulnerabilidad y de culpabilidad por la explotación desmedida
de los recursos físicos en el mal uso de las propias viviendas que conduce a
introducir novedosamente el término sostenibilidad
como etiquetado por defecto más que como reflexión arquitectónica, cultural y
social.
¡Claro que
hacer posible la vida privada cotidiana es una empresa más que aceptable! y
sobre todo, cuando los edificios de viviendas están repletos de recintos
infames, mal estructurados, pésimamente ventilados y tristemente iluminados,
impuestos por una forma exterior habitualmente abominable. Pero posiblemente lo
que hace que la arquitectura trascienda los límites de la mera edificación es el
trabajo atento sobre las condiciones de sociabilidad,
sobre lo colectivo y/ó lo público.
Si bien el
proyecto de vivienda parece haberse fundamentado históricamente –con brillantes
excepciones- en la acumulación de
recintos privados especializados, no es menos cierto que lo público es lo que
realmente concierne en mayor medida a la arquitectura.
La búsqueda
de la sociabilidad en la arquitectura de vivienda se puede entender desde la
vertiente porcentual de la pura gestión de lo edificado, pero también desde la
construcción de estructuras y sistemas que vadeando una normativa que no
permite excesivos festines, haga posible espacios y situaciones que faciliten relaciones, dentro de cualquier segmento
imaginable – dentro de la ley - de
convivencia.
El espacio
verdaderamente público se caracteriza por su ausencia de especialización; es
posible desarrollar bajo su amparo un buen número de actividades sin ningún
tipo de jerarquía. Es un lugar anti-autoritario, carente de disciplinas de uso,
pero lleno de códigos de utilización y sentido común.
Desde el
salón al recibidor, el portal, pasando por el descansillo, las azoteas, los
desvanes…… los distintos espacios públicos en el interior de los edificios de
viviendas, no deben entenderse como espacio residual sino como la condición
central de organización y estructuración morfológica de las viviendas; dentro y
fuera de ellas, introducen la dispersión de sus antiguas componentes y
complican los términos de la propiedad privada.
Convertir
el infierno bidimensional de la casa cuanto menos en la incertidumbre espacial
del purgatorio mediante una optimización
del espacio y sus recursos - y un
alejamiento de la ley de propiedad horizontal – adquiere un estatus sustancial.
Lo
abierto a la transformación desde el
contacto con lo episódico atomiza
recintos cerrados históricamente y formaliza recorridos espacio - temporales de usos cambiantes fabricando el
escenario de la vida cotidiana que es tomado por algunos arquitectos como
principio fundamental de su obra creadora.
Frente a la
pericia sobre el tipo en el mundo de la vivienda colectiva, los espacios disponibles
sin destino concreto a priori, son los que realmente pueden producir algún
avance; el lugar sin nombre, es susceptible de acumularse y segregarse, ser
usado nocturna y diurnamente, sólo o acompañado, con fines lúdicos o laborales….En
definitiva, lugares en los que el estatuto de lo público se abalanza sobre lo
privado, la sociabilidad se funde con la habitabilidad y la anticipación a
situaciones desconocidas es la humilde premisa planteada por el arquitecto. La
vivienda ya no es una unidad espacial, sino mental.
Quizás
entonces, el siguiente escalón de la democracia después de conseguir la
realidad de la sociedad del bienestar – gracias al ascensor, al televisor y al
ordenador en el ámbito doméstico - y un entendimiento del ocio entre
intelectual y plebeyo, es entrar en la
cultura democrática del hedonismo.
Olvidada la
democracia autoritaria y las categorías que generaban las servidumbres en la
vivienda (el género y la raza) y en el mundo occidental en general, aparecen nuevas legitimidades sociales y
nuevos procedimientos ligados a los nuevos fines: valores hedonistas, culto a
lo natural, liberación personal, relajamiento y
psicologismo.
Si la
ciudad del Team X se nos presentaba como un plano del juego y el ocio, sería
posible extender ese beneficio a través de la cultura del placer: una
arquitectura que responda a una nueva forma de organización de los comportamientos
caracterizada por un mínimo de coacciones y un máximo de elecciones posibles.
El placer que
se obtiene desde la activación medida de la dopamina, se determina desde la
anticipación; la felicidad está en las salas de espera y su continuidad es un
problema de gestión de expectativas. Desde luego los mayores beneficios se crean
en los mercados de futuros, pero a la multiplicidad de opciones le corresponde
una expansión de los riesgos: el juego es placentero porque es incierto,
impredecible.
La vivienda
podría ser la espoleta de esa nueva sociedad hedonista. La vivienda como lugar
de expectativas de placer, abraza la nueva condición individualista y
nihilista: “me importa un rábano la sociedad, y me importa también un rábano el
futuro, el que dirán, todas las instituciones e incluso la fama literaria con
la que me pasaba toda la noche soñando en el pasado, así soy yo” le escribía
Flaubert a su madre desde Estambul.
Si en el
ámbito urbano, todos hemos aceptado ya como ordinaria la imagen del individuo
electrificado (koden) que se mueve en sus recorridos lacerado por decibelios,
en el ámbito doméstico el individuo puede llegar a formar un todo con la
tecnología existente en una relación íntima y placentera que le permite encerrarse
en su realidad encapsulada; en el extremo, el fenómeno hikikomori.
Los que
vienen “de fuera” pueden considerar los resultados como exóticos o pintorescos
– en el sentido de Benjamín para las ciudades- pero para sus habitantes se
inscribe en la más absoluta normalidad de la búsqueda de espacios personales,
únicos, de lugares públicos en el interior de la vivienda que pueden ser por
momentos privatizados donde los actos cambian de nombre y se ennoblecen; la
relajación corporal y mental, la higiene,la lectura, la música, el deporte, la
gastronomía…. como fuentes de placer, modifican la topología de la antiguas
estancias, que ahora colaboran entre sí para recrear una vivienda que aporta
nuevas expectativas y cuyos límites se desdibujan. “Bienvenido a la República independiente de tu
casa” anuncia IKEA, posicionándose frente a los arquitectos arrogantes y
moralizadores que durante tanto tiempo han ignorado todo, menos la normativa.
En general,
dice Saramago, nos preocupamos del paisaje urbano, no advirtiendo las amenazas
sobre el paisaje humano.
Atxu Amann
Andrés
Cánovas