La ciudad incierta
Los arquitectos, siempre
tan bien vestidos y educados, buscan con ahínco imágenes de una ciudad
completa, cerrada y previamente determinada. Su esfuerzo se centra en un cierto
grado de control sobre la forma precisa, sobre condiciones concretas de
trabajo. En el caso de la ciudad es un esfuerzo baldío, la forma real de la
ciudad en una sociedad liberalizada como la nuestra no es posible entenderla
sino desde la diversidad y la acumulación.
La ciudad que está por construir es una
homotecia de todas las ciudades libres, una imagen que se transforma desde el
primer instante y que no acaba por
concretarse. Realmente esa es la historia de las ciudades. En ese sentido no es
posible hablar de ciudades sino de ciudad, concreta, sometida a los envites de
la economía y del mercado, pero también a la cualificación de los arquitectos
para entenderla desde una estrategia de diversidad y no tanto desde condiciones
de diseño microscópico.
La ciudad que es posible
definir consiste en encontrar la diferencia entre una ciudad para la
convivencia en democracia y una ciudad sujeta solo a los impulsos del consumo,
en una ciudad limitada desde la iniciativa privada, limitada al mercadeo.
La ciudad que proponemos
es un espacio libre de espacios abiertos comunitarios, de grandes zonas en las
que reside un alto grado de convivencia. La ciudad que entendemos es una ciudad
levemente reglada, en la que los elementos de control, favorecen la diversidad
y la complejidad.
La ciudad que encontramos
es que la aprovecha la inercia del mercado, para subrogarse el derecho
fundamental al espacio público.
No nos es posible concretar esa ciudad incierta pero real, pues en ella
residen las leyes que en cada momento la transforman.