1. El viaje
El éxito de los turistas reside en la captura de lo establecido;
su mayor interés se centra en olisquear o mirar de lejos aquello que no pueden
dejar de ver, aquello que sirve para verificar lo que otros les contaron y a su
vez ellos contarán en una cadena de
supina estupidez. Sólo tiene interés, en este caso, la imagen conocida.
El viajero -¡Quién lo fuera!- camina sin rumbo fijo; su mayor
éxito es el encuentro azaroso, encontrar el trayecto que se dibuja a partir de
apariciones inexplicadas en las que lo conocido se convierte en accidente. La
excitación que produce el descubrimiento, por pequeño que éste sea, es lo que
en definitiva da sentido a la ruta diáfana del viajero.
Viajo por encontrar el viaje, convencido de la inconsistencia de
la ruta precisa , de lo impúdico del texto guía y de la insolvencia del
proyecto; desde la seguridad de ofrecer en los relatos algo que puede que
guste, pero que a su vez aparece como inservible; porque el viaje es único; es
personal o no es viaje; es
desplazamiento y, por lo tanto,
contrario al sometimiento de la indicación de otros. La común desgracia
es siempre el acompañamiento; el viajar uno debe hacerlo solo. Una soledad que
no es exterior sino interior, caminar vacío y volver repleto para volver a
vaciarse.
2. Pietilä
Verificando la arquitectura de Aalto siempre encontramos a otros;
en ese instante indefinido pero a la vez preciso, todo se trastoca: Briggman,
Saarinen, Siren, Ruusuvuori, Leiviskä... y los Pietilä; sobre todos, los
Pietilä. Reima Pietilä (él más que ella) se podría situar en un espectro
localizado junto a Denis Hopper o el mismísimo faraón Curro Romero, capaces de
lo mejor y lo peor. Lo realmente emocionante de estas gentes singulares es que
permanecen ocultos siempre hasta el momento preciso; son bulbos dispuestos a
crecer a la mínima condición favorable; tipos instalados en el descaro, que
aparentemente sestean cuando es menester, confiados en lo que está por llegar.
Al seguir la obra de Pietilä, conviene presentarse despojado y sin
imágenes previas. Lo que encontramos como bueno, siempre es mejor de lo que
pensamos; lo dudoso, es cuanto menos sorprendente. Pietilä practica una
discontinuidad evidente no sólo en el conjunto de su trayectoria, sino también
en cada una de sus obras. Trabaja en ese límite difuso entre el sueño y la
vigilia, en esa situación bretoniana que valora la aparición, más cerca muchas
veces de la casa del cartero Cheval que de las ortodoxias establecidas; es en
muchos aspectos un disidente con vocación de perdedor. La arquitectura de
Pietilä se aletarga y despierta de manera sistemática, valorando las relaciones
que se producen entre obra, naturaleza y vida. Su trabajo niega la linealidad
del oficio, rompe las relaciones modernas entre forma y tamaño, desdice la
literalidad material - construcción y convierte cada una de sus obras en un no
acabado. En el final de algunos proyectos encontramos el principio de otros;
pero lo más corriente es que detalles se conviertan en obras y fragmentos
distintos en excusa para otras experiencias. Cada proyecto contiene las huellas
de otros anteriores y anuncia los que ni tan siquiera están esbozados. Su
arquitectura es en este sentido plenamente topológica y antigeométrica. Pietilä
es también un viajero, un caminante fascinado por lo perfectamente inacabado de
la naturaleza, su mirada como la de Buñuel es salvaje, cortante y desnuda. Un
tipo con un desparpajo tan intenso que provoca en los demás una no contenida ni
disimulada envidia.
3. Notas de un viaje.
El texto y las imágenes que acompañan son, lector, tan sólo las
notas escuetas de un viaje. No lo entiendas como un texto delator.
Como nos desplazamos a Otaniemi, a poca distancia de Helsinki,
para reconocer en Aalto la Universidad Politécnica , recibimos con sorpresa
un poco más en la cumbre, la visita inesperada de Dípoli; sin duda, el Easy
Rider de Pietilä. Pieza imprescindible, construida como centro de estudiantes
de la Universidad
entre los años 1961 y 1966, llave en su obra y fundamental en el viaje. Es
conveniente no escrutar demasiado el plano guía y adentrarse sin la protección
que éste ofrece en la geografía del edificio, micro-geografía en palabras del
arquitecto.
Pasados los primeros ardores en el paseo a través del trayecto
quebrado y cortante de la circunvalación exterior, acabamos por deslizarnos
hacia un interior ¿o exterior? fascinante, gruta. Un plano que se dobla y
cambia de nivel trabajando la topografía del lugar, otros hablarían de espacio,
pero no parece lo apropiado... Dentro,
la madera fabrica paisajes; fuera, el cobre en láminas estrechas que lo envuelven todo
trabaja como la madera; y rocas dentro y fuera... Hay que disfrutar de la
racionalidad de las oficinas y las zonas de servicio frente al sombreado
boscoso de los espacios públicos. Todo el edificio puede ser recorrido con
naturalidad; si la arquitectura ayuda a convivir mejor, éste es un buen
ejemplo.
Cerca también en Espoo, se localizan sin problemas las viviendas
Suvinkummun con proyecto y construcción entre 1962 y 1969 y una segunda intervención entre 1979 y 1983.
Viviendas en el parque o bosque de viviendas, dispuestas con una sabiduría
exasperante. Una agrupación de volúmenes precisos que nacen y se colorean de la
tierra y los árboles; hormigón, piedra y tres tonos de verde... y blanco. La
dimensión se diluye en lo quebrado de los edificios y el dibujo de los huecos,
recortando la fachada. El hormigón desplaza a la madera; la poca madera parece
hormigón. Cambiar los términos del material, algo que tanto uno disfruta con
Pietilä.
Dos horas de carretera al
norte, la iglesia de Kaleva en Tampere construida entre 1959 y 1966; otro
concurso ganado. Aparece entre los bloques de viviendas como una catedral
moderna. Entramos por la trasera, una suerte imprevista. Protegida por los
árboles en esa zona se entiende en un instante la inteligencia de la
disposición, la pequeña dimensión con la misma forma, detrás. La representación,
desde la explanada delantera, en el camino de llegada frente al remate de la
torre discreta. Una gran plaza delante. Kaleva es un curioso síntoma de un país
joven; es ya un monumento consolidado. Aquí, la arquitectura moderna figura en
las guías turísticas, no hay otra. La luz del exterior, cubre a todos por igual
dentro: oficiantes y feligreses, un ejemplo de culto democrático; no son
católicos. Todo se resuelve en hormigón con un delicioso trabajo de la madera.
El exterior se forra de bloques, una casa grande y hermosa.
En el centro de la ciudad, la Biblioteca municipal;
otro concurso desarrollado entre 1978 y 1985. Con un cierto aspecto de espacio
comercial de periferia; ésta vez si hay espacio. Un Pietilä cerrado en sí
mismo, espiral, blindado y hermético. Sorprendente la sala de lectura,
traqueal, reparten folletos, un encanto.
A las afueras, Hervanta; un conjunto de edificios construidos
desde 1979 a
1987. Pasamos deprisa, deprisa. Miramos las fotos del café Brander de 1963, también en Tampere.
De vuelta a la capital, un regalo inesperado, ¿el Palacio
Presidencial?, no ¡La casa del Presidente!; construida en Mäntyniemi entre 1984
y 1987. Otro ejemplo diáfano de un país en el que la arquitectura pública se
dilucida mediante un sistema de concursos públicos. Mica Moraine no es la
integración en el paisaje, sino el paisaje mismo; una reflexión sobre la
convivencia de distintas escalas en un solo edificio; lo institucional y lo
doméstico engastados con la
Naturaleza. Al exterior, una pequeña verja y un garaje. Más
allá, el patio de recepción, no demasiado grande; una casa especializada. Un
ejemplo de coraje cívico en una ciudad cuyo Ayuntamiento ocupa la posición
central y la Presidencia del
Gobierno, la lateral. Se debe ver.
Completar el viaje es hacer el circuito de librerías de segunda
mano en el centro de Helsinki; hay
buenos libros a buen precio.
Viaje realizado del 6 al
13 de abril de 1999, con un grupo de alumnos y profesores de la ETSAM.