01 octubre 2012

Un comentario canónico y otro convencional

(Texto para una publicación monográfica del Museo de Monteagudo. Federico Soriano)


Un comentario más canónico desarrollado en dos hipermínimos largos.

Parece sencilla. La arquitectura. Si, digo que parece sencilla. Enseguida la reconocemos. Sobre todo cuando se coloca delante nuestro. Normalmente en muchos entornos sin importancia. En pocas ocasiones más. Lo digo, además, porque yo no logro hacerla sencilla. Me cuesta todavía. La echo de menos.  Y la aprecio profundamente aunque no lo parezca. Sí, hacer arquitectura es sencillo.



Una decisión, un material, un trazo. Intenso. Bien hecho. Ordenes simples que generan formas complejas. Desarrollos difíciles que cuando se despliegan, pueden cubrirse con una única pieza de chapa regular. Sin problemas con las juntas ni con las modulaciones. Vuelos imposibles que se resuelven con el mismo perfil estructural, y con el mismo canto reducido, que los de un simple forjado de cubierta, de poca luz y carga, apoyado en sus extremos. Un dibujo que usado de ornamento, funciona tanto de relleno, como de recorte…
(¿Cómo es posible?) …Dejar que el material hable de sí mismo. Dejar que respire. Dadle aire y tiempo. Ver cómo se oxida, cómo se suelda, cómo se puntea. Se deforma por el calor de soldadura y se sólo se pulen los cordones. Usar dos colores con una naturalidad tal que el tono escogido, que a cualquiera le hubiera hecho temblar el pulso, parezca sensato. Aprovechar el espacio público para construir el programa de planta baja tanto como dar sentido y espacialidad a ese espacio público que hasta ahora permanecía inexistente. Por lo menos hasta antes de la obra. En fin, hacer grande con lo pequeño.
¿Cómo es posible? Por la seguridad en las decisiones. Por lo directo de cada una de ellas. Por elegir una sola de las opciones incluso para dilemas donde esa respuesta no se había ni presentado ni considerado. Por no dar vueltas con las cosas, ni volver hacia atrás. Por elegir la primera opción que la intuición ya había enjuiciado correcta. Porque no hay detalles constructivos. Es cierto, fijaos, no se ven. Parece que no hay construcción y sin embargo hay mucha.

Oí una definición canónica de la arquitectura, no sé a quién, ni dónde. La arquitectura es la visibilidad de la construcción.  Construcción, asombraos, es una palabra muy ambigua. ¿Qué se quiso decir con construcción? ¿Edificar u ordenar? ¿Fabricar o dar razón? ¿A qué disciplina pertenece la construcción? ¿A la técnica? ¿A la práctica? ¿O a la filosofía y la teoría?
Cuando me la soltaron, usaron la acepción que todos estáis pensando, sobre todo para criticarme la contemporaneidad. Pero yo la uso de otra manera. Creo que construcción es una palabra mucho más intensa y compleja que la asignatura o la tradición asociada directamente a ella. También se construye un discurso o una carrera profesional. Es una palabra de teoría, mucho más que de práctica. Significa ordenar el proyecto, tanto los elementos sólidos como los sistemas de orden o pensamiento. Disponer los materiales, o los programas, o las fuerzas gravitatorias, o los recorridos, en un discurso arquitectónico preciso, sin necesidad de amalgamas ajenas a las ideas que lo construyen. Un razonamiento que es el aparejo único entre sus propios elementos.
La construcción del objeto funda un sistema específico y propio de la obra. Maneja los parámetros del proyecto, con naturalismo y abstracción y no con simbolismos, metáforas o realismos. Reconoce el tamaño de la intervención, asumiendo que tamaño no es intensidad, ni intensidad es apelotonar. Construcción es dirigir y su visibilidad no está en el detalle sino el conjunto, el resultado. 


Un comentario más convencional desarrollado en siete párrafos cortos.

Un pequeño museo alrededor de una capilla. Por su posición se relaciona con el entorno, completando un paisaje denso y macizado. No es el del entorno, la dispersión de lo contemporáneo, sino el antiguo, el de las cubiertas que se apelmazan densamente, reconstruyendo  la falda continua del monte. Cubiertas planas, terrazas rojizas que hoy se convierten en planimetrías no transitables. El color oxidado tornándose en inflexiones terrosas. Es un plano que construye el paisaje artificial de la ladera del macizo.
El frente se fracciona en cuerpos que, se quiere, recuperen la escala de la antigua ermita que se mantiene. Los paños y las dimensiones juegan con ello tanto en altura como en anchura. El trabajo de quebrantamientos apuesta por la escala para reducir el tamaño de la intervención frente a la capilla. La geometría exacta, sin embargo, no es importante. Es esta, tanto como cualquier otra, ya que nunca será visible en su totalidad. Eso no significa que no sea precisa. Debe serlo en sus medidas y proporciones. En sus pliegues y en los recortes que justifican entradas de luz.
Dos niveles claramente diferenciados, planta baja y primera. Espacio público y espacio privado. Hormigón armado y acero. Gris muy claro y corten oscuro. Exterior e interior. Materiales naturales y pinturas artificiales. Una decisión clara que organizará recorridos, programas, texturas o materiales. No obstante, no se juega con, ni a los contrarios. Eso lo leemos o lo comentamos ahora nosotros. Pero nadie le va a dar importancia a lo que pueda significar, ni a las metáforas implícitas. El proyecto no cree en metáforas. Se muestra.
El zócalo de hormigón regulariza el suelo y define otro nivel más artificial. Los muros no cierran volúmenes sino que se colocan como si fueran los rastros de unas ruinas, de la misma familia que los restos que ya debían existir allí. Sin embargo el acero sí forma un volumen opaco y pesado. Abstracto, intrigante, confidencial. Un brazo vuela para abracar un espacio público delante de la capilla. Es el único gesto amable que se permite el acero. Las sombras son necesarias. Aún más en aquellas tierras.
Abajo el espacio abierto se funde con el espacio público. Extrovertido, horizontal. Esperando a las personas que se sienten y lo llenen de sonidos y movimientos. Serán los protagonistas del espacio. Al contrario que arriba donde el museo es cerrado, volcado sobre sí mismo. Introspectivo. Quieto. Los protagonistas son los objetos. ¿Cómo sustraerse a las vistas si un museo sólo se fija en la pequeña distancia?  En lo cercano, en lo táctil incluso. Es tan difícil también sobreponerse a la presión proyectual de las largas visuales del paisaje para poder controlar la luz y la temperatura del interior…
Un museo es un lugar neutro. Lleno de objetos mudos. Los visitantes también enmudecen. Se trata también de un lugar de futuro incontrolado.  Nunca sabe uno quien llegará después ni de lo que van a hacer. Cuáles serán las piezas arqueológicas que van a mostrar. Ni cuáles los criterios didácticos que la pedagogía de última ola impondrá. El espacio debe ser ambiguo a la tipología y número de vitrinas y paneles, permisivo al mobiliario, resistente a lo que vendrá. Pero también debe tener un carácter propio que se sobreponga a todo esto. Que lo mantenga en pie. El color blanco es neutro, necesita del color intenso para conseguir la permanencia del carácter. Los huecos o los recorridos son otros elementos.
Sin duda el más importante es el motivo de las cintas entrelazadas. Cintas, pulseras como las que todos llevamos ahora en nuestras muñecas. Unas están recortadas, otras construyen verjas y rejas. Quizás las mismas y el sumatorio de material sea constante. Todas se enlazan. La luz allí es tan potente que justifica los grosores diferentes antes que consideraciones materiales. Al final es lo único visible e incluso en su repetición también acaba por desaparecer. Como la construcción o los detalles. ¿Qué es la construcción sino sólo estar ahí? 


Federico Soriano