19 julio 2012

Tres fotos tristes



El Poblado Dirigido de Caño Roto ha sido rehabilitado hace ya un tiempo con dudoso cuidado.

Con toda seguridad las viviendas están suficientemente aisladas –lo que sin duda es loable - y su aspecto de tenso mono-capa es más del gusto de algunos vecinos; pero cabría preguntarse si la cultura arquitectónica avanza con la demoscopia.


Tampoco la construcción de sus espacios públicos se ha salvado del “aggiornamento” propiciado por  la baldosa hidraúlica. Los morteros y empedrados han sido pacientemente masticados por la uniformidad pretoriana de la losa madrileña del extrarradio. ¡Viva la democracia urbanizadora!

Aún así, ciertas arquitecturas soportan su puesta al día a causa de la normativa con evidente nobleza. Éste es el caso de Caño Roto; que resiste con un ¡No pasarán! desde la sutil trinchera de su organización morfológica y la dimensión de su maltratado, pero todavía vigoroso, espacio público.


 1.
 En una composición de factura barroca, un grupo de niñas vestidas de blanco almidonado, y también de niños, acompañan a algunos extraños objetos de madera listos para ser fotografiados.
Bajo la sombra de una caseta prefabricada, un adulto - quizás lo único no fingido del cuadro- se interesa por la escena.

Me gusta mirar ese tierno atrezo de niños calzados, algunos de domingo,  con un fondo deslumbrante de niñas actrices;
una con los brazos, nada piadosos, relajados en cruz es morena, su cabeza se acomoda ligeramente hacia atrás y se apoya rozando una tabla- juguete, construida por Ángel Ferrant, que su compañera rubia alcanza con la mano mientras que se planta, firmemente, sobre un muro de hormigón.
Y me excita descubrir un fondo de alegoría que propone una arquitectura nueva y limpia para un país aún por crecer.

Con exceso, los niños salpican las fotografías de Caño Roto; siempre en unas calles desiertas de adultos, en un refugio seguro y amable acordonado por un cinturón de buena arquitectura.


2.
 La sombra de media tarde empapa la totalidad de la calle, es invierno.

La calle mira al este haciendo amable el paseo en verano, La viviendas se orientan entonces norte-sur, abriendo las estancias de día y los dormitorios principales a la orientación favorable. La disposición es militar, su configuración material espartana.

Un hormigón con encofrado en tabla de gran tamaño construye el testero de las viviendas y el cierre del patio, el ladrillo silico-calcáreo endurece, hasta arañar, las fachadas de las viviendas de todo el poblado; y en el suelo el canto rodado y el hormigón configuran un conjunto de una dureza sorprendente.

 Aquí no hay hueco para la figuración rural. Un poblado no es un pueblo.

La sutileza se descubre en la dimensión de las calles y las plazas y en el imponente zaguán y en las jardineras que aparecen como la concesión a una vida que de manera automática acabará por afirmarse en el Poblado.

 Y la sombra.
  

3.
 Un patio medio lleno de un sol amable de invierno. Un árbol y un coche de niño sustantivan el plano de una secuencia cercana al neo-realismo.

El cochecito de niño- otra vez niños- se descapota hacia el sur como la estancia de las viviendas y esa imagen, de luz tibia que adormece, hace visible una obsesión no disimulada por el higienismo y un comienzo de vida pausada- patio, luz, agua y sombra- en el contexto viscoso de la España negra de final de los cincuenta.

El patio se construye con un árbol y una fuente y se rodea de una tapia que convoca un lugar suficiente, acotado y sombreado, que enseña el cielo en invierno y la fronda en verano. Dos jardineras, invernalmente esqueléticas, acentúan el equipamiento.

El suelo de la estancia es el del patio y se despliega en camino hacia el dormitorio de padres que se cierra con una estricta celosía de madera. La puerta es opaca- de madera- y los vidrios, armados también en madera, son – obviamente- transparentes siendo uno de ellos basculante para airear.

Los muebles construidos por Vázquez para la casa de Vázquez son ligeros y apropiados; y completan una escena de dignificación de la vivienda popular española en la tristeza gélida de la dictadura.



  
Otoño de 2009
Andrés Cánovas