06 julio 2012

Dark Ladies


(Texto para el Catálogo del Foro Romano de Cartagena. 2009) 

 Giuseppe Tomasi di Lampedusa en sus lecciones sobre la obra de Shakespeare acude al soneto 144 para explicar su pasión por el indefinible y singular texto de “Medida por Medida”.

 También, de alguna manera, versiones de este soneto han  sido cantadas, con desigual suerte, por artistas que van desde Joséphine Baker hasta “El Cigala”.

Y yo me acerco a esta ilustre compañía convocado por el cerro del “Molinete” y también melancólicamente adormecido entre los versos del 144.

Este lugar, mitad historia y mitad futuro contiene esa doble lectura, a veces tensa de contradicción, de las primeras estrofas del poema.

“Dos amores me habitan, uno es paz y otro es llanto,
como sombras que acuden a tentarme sin tregua; “

 (…..)


Y ese debate eléctrico se retuerce entre el abstentismo proyectual o implicación pasiva y la restitución, entre el recuerdo que se adoba en la ruina y la necesidad de re-construir, suturando una porción de ciudad carcomida por la miseria.

 Esos amores son en buena parte aquí también las “Dark Ladies”, tantas bajo cuyas sombras, mas cálidas que hirientes, se alivia sosegadamente el recuerdo del “Molinete”. El proyecto se enmaraña entonces entre el recuerdo romántico y la lucidez de la racionalidad moderna.

(…..)

“He perdido, y supongo que si se han hecho amigos
ya hay un ángel que vive en el tártaro de otro. “

(…..)

Así es este lugar construido desde las trampas de la virtud, amenazado por quiebras y derrubios y vuelto a construir, lentamente, con los materiales de un recuerdo deliberadamente dulce y femenino.

Y así debe seguir siendo, voluptuoso y tan ambiguo como los Arcángeles Barrocos, vigoroso pero de nuevo ambiguo.

El azar del destino que tantas veces nos eclipsa ha sido afortunado y amable con el cerro, haciéndole lecho de la historia urbana y social de la ciudad. Un transcurrir que puede ser contado desde las grandezas momificadas en los libros de historia, desde los Augustos y chispeantes nombres, pero también desde los retratos corales de las meretrices que dibujan otra ciudad, mas literaria y mas extremadamente lírica.

“Eran mujeres hermosas, divertidas, cariñosas…..” como cantaba Leo Ferré; morenas todas, Gipsy Queens varias, sombreadas de arrugas las más. Todo tan triste como un collar de historias sórdidas. Pero: ¡Que no pare el tiempo del Tango!

Siento por este lugar una extraña debilidad, me adhiero a él y me arrugo en su silueta promiscua. Y más que en cualquier otro sitio la arquitectura se me presenta claramente ligada al territorio, a ciertos hilos de textura incierta que minuto a minuto lo han modelado.

Este espacio es un mapa donde se localizan arquitecturas y hechos presentes y también ecos que es preciso escuchar con atención; nuestra misión es hacerlos audibles, solidificarlos en formas a veces irreconocibles pero siempre sugerentes.

La Arquitectura es definitivamente un amasijo de cuerdas que a veces nos ligan débil y tiernamente con otros lugares y otras expresiones. Esa cánula de vida pone en contacto realidades dependientes y hace presente el pasado. Pues el pasado para existir necesita de un presente que sepa reanimarlo; el pasado existe porque existe también el futuro y es ese hilo entre dorado y pardo que se llama genéricamente cultura, lo que les hace rozarse y vibrar juntos.

La Arquitectura es entonces hermosa en cuanto a propuesta cultural y vocación social, no tan sólo como objeto al que nos tiene acostumbrados la crítica más analfabeta, sino como transporte y recipiente de concurrencia entre recuerdos y proyecciones.

El cerro está todavía vivo, pues sobre él no proyectamos solamente el aroma triste del recuerdo sino que aprovechando la inercia imparable de esa melancolía, engastamos nuevas arquitecturas que lo hacen re- construirse como otros lo harán en otros y venideros tiempos.

Sería de una imbecilidad opulenta pensar que forjamos un último eslabón de una cadena definitivamente cerrada.

Esa vanidad culturalmente obesa es insostenible.

La inmovilidad es una muerte más mecánica que poética.

Nuestro espíritu de trabajo debiera ser: hacer para que otros pudieran re-hacer y que ese servicio anunciase cambios, nuevas capacidades y realidades. Continuos vaivenes en el tobogán optimista del tiempo.

No pretendemos dar solución tan solo a las necesidades puramente mecánicas de una cubierta de grandes luces, aunque ésta deba solucionar en primer término los problemas de protección frente al sol cortante y a la lluvia.
Aspiramos a moldear las últimas estribaciones de un cerro que acabará por desaparecer cuando la arqueología lo devore. Lo inservible de ese festín, lo aparentemente accesorio es el objeto fundamental de nuestra reflexión; fabricar un cerro artificial y construir una sombra, un intangible.

Sobre las ruinas flota una antigua gruta, un monte sobre la ciudad antigua, un peso ligero, una roca metálica. Una luciérnaga.

No sé si es hombre o mujer, Ángel o Virgen, pero como ellos este lugar es definitivamente hermoso por su clara y tan transparente ambigüedad.


P.D.
Hoy, mientras trabajo este texto, Khaled canta en la ladera de poniente del Castillo de la Concepción. La emoción que siento al vernos juntos y mestizos sólo es comparable con el placer de comprobar la convivencia amable entre arquitecturas separadas por el tiempo y unidas por los lugares.



Verano de 2009
Atxu Amann, Andrés Cánovas, Nicolás Maruri